Bichos raros de todas partes hasta aquí llegados, sed bienvenidos. Aquí hallaréis solaz, refugio, descanso para el alma atormentada por el estigma de ser "diferente". Todo está permitido dentro del mutuo respeto; la libre expresión de espíritus inquietos y lenguaraces es el lema de la casa. Nadie podrá mirar a nadie por encima del hombro o con muestras de repudio pues en este lugar todos somos miembros de una misma especie: los casi, pero no aún, extintos Rara Avis.
Si eres un Rara Avis, ¡únete al club!

(Formularios de ingreso, a la Viperina por correo expréss, cada solicitud deberá obtener la aprobación por mayoría mas uno; tontolculos abstenerse porfa)

25 de marzo de 2009

Con la miel en los labios


En varias ocasiones he tenido la oportunidad de viajar a Suiza, a casa de unos parientes. Las primeras veces era muy jovencita y fuí en tren nocturno, la peor pesadilla para alguien que se despierta con el vuelo de un mosquito; ni qué decir que mientras mi madre roncaba en su litera yo me cagaba en todo lo más barrido durante las doce larguísimas horas que duraba el trayecto. A nuestra llegada yo ya estaba de un humor de perros y con un cansancio tremendo, y la perspectiva de tener que pasar por lo mismo pocos días después, sumado al hecho de depender de la benevolencia de mi tío para llevarnos de visita turística a los cuatro sitios más emblemáticos a regañadientes, me fastidiaba bastante la estancia y me hizo ganar fama de adolescente maleducada y problemática (yo, ¿os lo podéis creer?) así que años después, el día que un amigo con coche me dijo que sus vacaciones coincidian con las mías, que no tenía nada planeado y que sí, le encantaría recorrer Suiza de cabo a rabo, casi lo estrujo de la alegría. Así que hala, una mañana de octubre cargamos los bártulos en su coche, y tras dejar bien claro a todo el mundo que no, no era mi novio ni lo sería nunca, cosa que en vez de tranquilizarlos los dejó aun más preocupados por esa loca que se iba a Casacristo de la Frontera con un tío que "solo" era su amigo, cogimos la autopista y nos plantamos en la tierra del chocolate y el queso.

Durante varios días recorrimos el país de lado a lado, nos pusimos hasta el culo de chocolate y emmental, visitamos preciosos pueblecitos donde podía imaginarse ver a Heidi y a su abuelito, y pasamos una envidia malsana al ver los coches de lujo, los jeques árabes con cadenas de oro que pesaban más que ellos mismos seguidos de su harén en las calles de Ginebra, las mansiones alucinantes que sólo se ven en las películas de la alta sociedad...y un par de días antes de finalizar el viaje le echamos un ojo al mapa, buscando un último destino que visitar antes de volver a nuestra gris y pobretona realidad. Y de repente un nombre me vino a la cabeza: el monte Cervino, un lugar de postal que desde siempre me había hecho soñar, y tras comprobar que en unas horas nos podíamos poner allí, siempre que hiciéramos el trayecto por el lado italiano de país, nos pusimos en camino. Yo estaba loca de ilusión, no me podía creer que de esa manera tan tonta fuera a hacer realidad un arrinconado sueño de mi infancia, y no veía la hora de llegar. Llevaba en mi bolsa un montón de carretes de fotos, pilas de sobra, la cámara de vídeo bien preparada...todo lo necesario para inmortalizar el momento. El viaje fué más largo de lo esperado, por lo que cuando por fin llegamos a la aldea de Cervinia ya era de noche, una fría y preciosa noche estrellada. Preguntamos a la dueña del hostal dónde quedaba el Cervino, y nos señaló a la zona detrás de la casa, asegurándonos que desde allí mismo se veía perfectamente. No podía esperar a que amaneciera para verlo con mis propios ojos...

Cuando me desperté a la mañana siguiente lo primero que hice fué asomarme a la ventana para ver qué tiempo hacía, y puedo asegurar que me llevé la mayor sorpresa de mi vida. Estaba nevando de tal manera que apenas se veía nada aparte de la cortina blanca y helada. El suelo ya estaba cubierto de una gruesa capa de nieve y el cielo estaba completamente cubierto, sin la menor esperanza de un leve respiro. Y por supuesto, del monte Cervino ni rastro; estaba completamente oculto por las nubes y lo único que se veía desde el pueblo era la falda del valle. La dueña del hostal nos dijo que la previsión era de fuertes nevadas durante varios días, así que recogimos nuestras cosas y salimos pitando de allí antes de que la nieve nos dejase atrapados.

Por lo visto, hay sueños que nunca pasarán a ser mas que eso, sueños. Sigo mirando fotos de vez en cuando, y sigo soñando con que en una de esas fotos, yo estoy ahí, en primer plano, con esa preciosa mole detrás. Algún dia...

2 comentarios:

  1. A mi me recuerda al Txidoki, las caxeritas lere, tambien estan coloraditas lere, como Heidi lere, eso si el queso del pais, y el chocolate espeso.

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  2. nena no desesperes algun dia te plantaras alli, pero mejor lo haces con buen tiempo... asi no te tocara las narices la nieve

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